El siglo XV fue un tiempo de efervescencia creativa en la historia de nuestra civilización. En plena etapa renacentista se inventaron los primeros planos de los muy futuros helicópteros y aparatos voladores, se concibió el dibujo en perspectiva con la introducción de un nuevo eje en la estructura plana, añadiendo profundidad a los bocetos y esquemas arquitectónicos, se popularizó la construcción del primer modelo de imprenta de Gutenberg y con ella, la impresión -casi ni me atrevo a decir edición- de más de un libro al mes ¡rapidez y modenidad renacentistas! Con estas y otras maravillas de la invención humana el conocimiento dio sus primeros pasos haciéndose más popular, más accesible, más cercano a las personas. Sin embargo, un siglo después y en la misma imprenta creada en el taller de Gutenberg, Maquiavelo publicó El Príncipe donde declaraba que “no hay nada más difícil de llevar a cabo, nada cuyo éxito sea más dudoso, nada más difícil de manejar; que el hecho de iniciar un nuevo orden de cosas. El reformador tiene enemigos en todos aquellos beneficiados por el viejo orden y solo tibios defensores por aquellos que obtendrían beneficios por el nuevo orden”. Los seres humanos somos paradójicos por naturaleza.
Para muchos historiadores, en la actualidad nos encontramos ante un nuevo florecer innovador y de corte renacentista. Cada vez sabemos más sobre el funcionamiento del cerebro, o sobre las emociones y la concentración; estamos conectados con el mundo entero a tan sólo un “click” de distancia y tenemos acceso a una cantidad ingente de información en red. Estos cambios, por citar los fundamentales, están presentes en el día a día, modificando nuestras relaciones y la forma en que pensamos o el modo en que aprendemos. Sin embargo, hoy igual que en el pasado, existen “Maquiavelos” que aprovechándose de los medios que critican, difunden mensajes contradictorios. En mayor o menor medida, todos somos conscientes de que vivimos en un mundo gobernado por la sensación de cambio, nacido en la velocidad de las invenciones que nos abruman. Esta sensación de incertidumbre, como el mareo que produce el vértigo en los rascacielos, está produciendo un claro desencanto por el progreso; un desencanto hacia la innovación que se reproduce en muchas instituciones, entre ellas, la escuela. Los “Maquiavelos” del presente aturdidos por el vértigo del progreso, relacionan la rapidez de los cambios que los desbordan en el entorno con el miedo al cambio en ellos mismos y en las instituciones. La adaptación y la versatilidad, es decir, la respuesta ante el cambio, son probablemente, los elementos más importantes que los líderes deben impulsar en su organización. El desafío de saber adaptar las instituciones a estos ritmos es crucial, sobre todo cuando se trata de la escuela donde se está educando el futuro que nos espera a todos.
En una entrevista reciente, Amin Maalof ha declarado que "las perturbaciones que sufrimos ahora son efecto de un agotamiento cultural y civilizatorio en que vivíamos". Al mismo tiempo, Edgar Morin ha introducido dos factores cruciales en esta línea. Un primer factor se denomina "revelador" y el otro "realizador". Por el primero asistimos a una realidad que no conocíamos previamente, por el segundo se desencadena "un movimiento de fuerzas y no únicamente de descomposición, desorganización y destrucción sino fuerzas de transformación que propician el momento decisivo para la innovación, la construcción y las invenciones". Cuando todo cambia es preciso aprender a desaprender. La escuela es la primera institución y organización social que recibe al ser humano. Las escuelas somos las principales instituciones creadores de humanidad. Somos los creadores del futuro. Todo lo que pase en el futuro está pasando hoy en nuestras aulas. Pensemos en el futuro, en la sociedad en la que van a crecer nuestros alumnos. Necesitamos preparar a los alumnos para el mundo en que van a vivir y ese mundo se inicia en la organización de nuestras instituciones. El cómo organizamos y planificamos la estructura de nuestros centros educativos es la esencia de nuestra institución que emana de nuestro proyecto educativo como centro. Cómo nos organizamos es un reflejo de cómo somos. ¿Qué fuerzas de la innovación, el progreso y el cambio están afectando al modo en que organizamos nuestros centros? Una de ellas irremediablemente rápida es la revolución de la información. Casi todo el mundo está seguro de que se está llevando a cabo con una rapidez sin precedentes y que sus efectos serán más radicales que todo lo que ha pasado antes. Tanto en su velocidad como en sus efectos, la revolución de la información misteriosamente, se parece a sus dos predecesores... Paseémonos por el albor de un par de siglos después al Renacimiento. En la primera revolución industrial, James Watt mejoró la máquina de vapor a mediados de los años 1770, pero este progreso no produjo muchos cambios sociales y económicos hasta la invención de la línea férrea en 1829. De igual modo, la invención de los ordenadores a mediados de los años 1940, se vio 40 años más tarde, con la expansión de Internet en la década de 1990, que inició la revolución de la información para lograr grandes cambios económicos y sociales. Estamos llamados a la comunicación. Las nuevas tecnologías son tecnologías de la información y la comunicación. Mediante las relaciones interpersonales e institucionales entre los centros educativos, las escuelas se socializan, intercambian información, experiencias y vivencias, aúnan fuerzas y fluyen transformándose en una gran plataforma de conocimiento formalizado que mejora el conjunto de la institución. Y es así como se produce la innovación, cuando el conocimiento circula, se intercambia y se combina. La innovación no se nutre del almacenamiento del conocimiento, sino de su circulación permanente. Estamos llamados a crear redes de centros. La evolución de nuestras instituciones pasa por compartir y comunicarse. Necesitamos comunidades educativas.
En el mundo, toda economía está conectada con el resto, todos estamos vinculados en redes de muchas formas, también financieramente, a otras personas y lugares que puede que no visitemos nunca. El futuro está en la Red y en compartir en red. No hay conocimiento complejo sin la red de redes, no hay superación del estadio en que se halla el mundo global sin la globalización de las interconexiones, no hay avance en el conocimiento sin relación entre ciencias. Hoy no se entiende el trabajo de modo individual: el mundo global en el que vivimos nos llama a colaborar, por un lado, con otras instituciones, a crear puentes que refuercen la tarea que realizamos. La gestión de la innovación educativa hoy, es un proceso, en primer lugar, organizativo y esta organización se materializa en la experiencia y relaciones entre centros. Los ladrillos de estas relaciones entre centros son, a su vez, las relaciones entre los equipos directivos, los equipos de titularidad y los educadores. Ninguna institución es mejor que la suma de los profesores o de los equipos directivos que la componen y de hecho, en muchas ocasiones, el colectivo es más inteligente y garantiza con mayor probabilidad el éxito, que el trabajo o las ideas de la persona más inteligente del grupo. El diseño de la organización y la forma de funcionamiento de una institución educativa afectan de forma directa a su capacidad de innovación, por eso la columna central de la mejora en las escuelas son los procesos organizativos plasmados en un proyecto educativo que configure unas líneas clave y cree la cultura organizativa propia de cada institución; porque lo que cuenta es el camino y la participación directa de los equipos directivos y de los profesores, y no tanto el punto de llegada; en este sentido, la cultura organizativa tiene una importancia extraordinaria.
Finalmente, las instituciones educativas innovan ampliando su base de conocimiento y desplegándola en nuevas direcciones. Esto supone probar y atreverse además de crear internamente las condiciones que favorezcan el aprendizaje de los individuos. Los centros educativos sólo pueden mejorar en la medida que lo hagan sus profesores y esto sólo ocurre si creamos las condiciones institucionales idóneas para favorecer lazos y sentido a la carrera docente y a la pertenencia a nuestros centros. Estoy convencido de que en nuestras escuelas tenemos profesores que quieren hablar y exponer sus descubrimientos y experiencias, en definitiva, crecer y compartir sus vivencias. La formación de los profesores debe centrarse en habilidades prácticas; emigrando de la enseñanza teórica al desarrollo de competencias bajo el apoyo de los equipos directivos que pueden realizar incluso, las funciones de “coaches” en jornadas y en el aula. La creación de una red de centros nos permite crear un modelo de apoyo y asesoramiento en lo profesional al profesorado, la red y los equipos directivos dotan de sentido el término de carrera docente y la creación de modelos de supervisión, apoyo y coaching entre profesores y los formadores de los formadores.