Le conocí cuando dirigió un taller de la universidad, hace ya unos cinco años. Lo nuestro fue, de algún modo, un flechazo educativo. Mi profesor y él eran íntimos amigos y gracias a su amistad, surgió la nuestra. Francisco Álvarez de Cienfuegos tiene dos cualidades que delatan su profunda vocación de maestro: un brillo entusiasta en los ojos cuando llega al aula cada mañana y uno de esos nombres de maestro de escuela que ha resistido el paso del tiempo: el Sr. D. Paco. Un apodo a un tiempo respetuoso para padres y alumnos de Primaria y misterioso para los de Secundaria, incapaces de entender cómo unir el artículo determinado «el», acompañado por las distinciones de «Señor» y «Don» y seguido de un amable Paco que (¡para colmo!) se gana su confianza.
El Sr. D. Paco es un maestro
de los que se dicen maestros «de antes». Si le preguntas quién es, él responde
que maestro, marido y padre; aunque no conoce exactamente el orden correcto de
sus palabras, unas veces más padre, otras más marido y la mayoría del tiempo,
más maestro. Por experiencia propia, cuando encuentro este tipo de educadores,
entiendo que ser maestro de los «de antes» significa haber enseñado en un
momento sin LOGSE, ni LOCE, ni LOE, sin psicólogos ni pedagogos; en definitiva,
en una época en la que enseñar y aprender era un arte que no podía enmarañarse
con el cambio político de leyes o paradigmas educativos. Sin embargo, después
de pasar toda una vida en el aula, el Sr. D. Paco nunca se ha cerrado a
introducir nuevos cambios en su forma de enseñar. Cuando llegaron los temas
transversales, creo que fue el primero en estudiarse el Libro Blanco; cuando llegó
la fiebre de los conceptos, los procedimientos y las actitudes, él preparaba
grandes unidades didácticas que más que folios, eran sábanas… Cada nueva ley,
nuevas lecturas y nuevos nombres de pedagogos en la lista de citas a pie de
página.
Si bien somos buenos
amigos, no se debe principalmente a nuestro afecto y a nuestra vocación
compartida. Más bien, ambos encontramos en el otro un cómplice con el que
disfrutar de diálogos prohibidos en los tiempos psicopedagógicos que
corren. A los dos nos encanta conversar
sobre educación, aunque sin pronunciar palabras que por haberse repetido hasta
la saciedad, han caído en saco roto para solucionar los actuales problemas
educativos; véase calidad, protocolos de intervención, innovación pedagógica, partes,
faltas graves y leves, atención a la diversidad o, nuestras favoritas, input y
output del alumno, entre muchas otras y con todos nuestros respetos a las
ciencias educativas. Nosotros hablamos de eso de lo que ya no se habla y con lo
que compartimos la vida, día tras día: Antonio, el de la primera fila, David y
el Ruiz, mellizos de la cuarta fila, Adela, la mejor en “Cono”, etcétera,
etcétera…
Pues en éstas estábamos hace unos meses, con
palabras como Adela, David y Ruiz… en una tarde de diario y en su Colegio de
Primaria a las afueras de Madrid, cuando se me ocurrió romper nuestra regla e
introducir un término proscrito en la conversación: c-o-m-p-e-t-e-n-c-i-a-s. La
palabra sonó igual que el primer trueno que avecina una tormenta de verano,
inmediatamente le sigue el silencio, después la tromba de agua. No detallaré
las barbaridades y lo agitado de una nueva conversación emocionante que
compartimos, en su fuero interno, el Sr. D. Paco esperaba que yo fuera quien le
empujara a lanzarse con esta nueva aventura pedagógica. Las conclusiones fueron
nuevas promesas de formación, nuevas lecturas, nuevas citas a pie de página,
nueva revisión de la LOE, 8 nuevos conceptos que no son sólo capacidades,
habilidades o destrezas… En definitiva, aprender a educar por c-o-m-p-e-t-e-n-c-i-a-s,
sin contaminar nuestra vida de más términos proscritos, a ser posible.
Hoy, hace unos meses
de todo aquello y desde entonces, el Sr. D. Paco ha leído mucho, y valiente
pero prudente me propone ayudarle en el taller que sigue impartiendo para
estudiantes universitarios, el mismo con el que iniciamos nuestra amistad. Yo
acepto encantado. Organizamos la programación didáctica del segundo trimestre
de una de sus clases por competencias y preparamos la primera sesión del taller
para universitarios. Todo estaba listo para hablar de enseñar a enseñar por
competencias sin decir c-o-m-p-e-t-e-n-c-i-a-s.
Como quien se acomoda
en la butaca expectante ante la entrada en escena de un actor en el teatro,
aquella primera mañana del taller, alumnos de primaria y alumnos universitarios
sentados en los mismos pupitres, esperábamos la entrada del Sr. D. Paco. Fiel a
su vocación de maestro, el Sr. D. Paco trajo consigo el brillo característico
de sus ojos y un tiesto con una planta en sus manos. La clase empezó de
improvisto con una asamblea de alumnos de Primaria que respondían veloces y
revolucionados a todas las preguntas del Sr. D. Paco. Mientras, los de la «uni»
miraban atónitos.
«¿Alguien sabe cómo
se llama esta planta?, ¿de dónde proviene?, ¿qué sabéis de ese continente?, ¿y
de ese país en concreto?, ¿cómo crece esta planta y cómo tiene nuevas plantitas?,
¿alguno puede encontrar información sobre ella en internet?, ¿conocéis el poema
que habla sobre ella?, ¿qué palabras del poema conocéis en inglés?, ¿os
atrevéis a escribir una descripción con muchos adjetivos sobre esta flor?, ¿y
una descripción en inglés?, ¿quién escribió el poema original?, ¿cuándo vivió
este señor?...» Después de la tormenta de preguntas llegó el murmullo de niños
trabajando por grupos en diferentes espacios del aula. El Sr. D. Paco paseaba
de un lado a otro y atendía, por increíble que parezca, a todos los alumnos a
la vez, ideando preguntas y rápidos tests para evaluar lo que aprendían los
pequeños. Los de la universidad sólo miraban, me atrevería a decir que casi sin
pestañear. Con la campana, el Sr. D. Paco empujó a los niños amablemente al
patio, sacándolos de sus quehaceres. Ellos guardaron lo que habían trabajado en
sus correspondientes carpetas y se escaparon observando a los observadores que
no habían pestañeado en toda la hora. «¿Qué sabrían aquellos mayores de la
planta del Sr. D. Paco?» imagino que se preguntaban mientras salían al recreo.
Entonces, los universitarios atónitos y sentados en los pupitres de los de
Primaria, iniciaron la reflexión sobre por qué, exactamente, aquella había sido
una clase organizada por competencias.
Continuará...
Continuará...